viernes, 23 de enero de 2015

Enseñar a los hijos a ser ordenados

La organización ayuda a que todos, independientemente de nuestra edad, estudiemos o trabajemos mejor, y a que estemos más tranquilos. Enseñar a los hijos a ser ordenados hará que se organicen mejor de forma natural toda su vida, ya que habrán adquirido este hábito desde siempre. ¿Cómo podemos enseñar a los más pequeños a ser organizados en su día a día?

Enseñar a los hijos a ser ordenados hará que se organicen mejor de forma natural el resto de su vida. ¿Cómo podemos hacerlo? Trucos y consejos.

Consejos para enseñar a los hijos a ser ordenados:

1. Ser un ejemplo a seguir

Los padres y hermanos mayores también deben hacer la cama todas las mañanas, recoger el plato después de comer y dejar los platos en el lavavajillas en vez de en la encimera. No se puede enseñar a los hijos a ser ordenados sin dar ejemplo de ello. Cuando los hijos observan que sus padres siempre mantienen la casa ordenada, imitarán estos hábitos.

2. No ordenar por ellos

Si un niño no devuelve los juguetes a su lugar original ni coloca sus libros y cuadernos en la mochila después de haberlos utilizado, los padres deben pedirle que sea más ordenado y deberán exigir el comportamiento ideal en vez de recoger ellos mismos los materiales. Los padres quieren una casa organizada y saben que es más rápido ordenarla ellos mismos en vez de esperar que los hijos adopten este hábito, pero deben insistir en que cada persona se haga responsable de sus actos, o de lo contrario no será sencillo enseñar a los hijos a ser ordenados.

3. Cada material tiene su lugar correcto

Los niños deben conocer cuál es el lugar ideal para los cuadernos y libros, juguetes y productos de higiene.

4. Premiar el comportamiento adecuado

Los padres deben mostrarse agradecidos y orgullosos ante la organización de sus hijos, pero deben hacer evidente su insatisfacción cuando el hijo no es ordenado.

5. Valorar la intención

Los padres no deben corregir a sus hijos cuando consideran que podrían hacerlo mejor. El hecho de intentar ordenar una habitación debería ser suficiente, pues todos podemos equivocarnos pero mejoramos al identificar nuestros propios errores y al desear mejorar. Cuando los padres corrigen demasiado, los hijos no se sentirán motivados.
IRENE SOLAZ VELÁZQUEZ

jueves, 22 de enero de 2015

Los premios y los castigos como forma para educar a nuestros hijos

En nuestro día a día como padres es fundamental establecer unas normas y unos límites a los niños

Debemos conseguir que los niños sean conscientes de sus malas actuaciones, pero también de las buenas.
Hay que inculcarles desde pequeños que la disciplina no es algo negativo, sino que es la forma de que adquieran un sistema de valores y comportamiento. De esta manera crecerán seguros y serán capaces de hacer frente a las “adversidades” que puedan encontrar en su crecimiento.
Toda conducta en un niño busca una reacción en los padres (llamar la atención, aprobación, expresar un estado físico…). Por eso, toda conducta dependerá del tratamiento posterior que se le dé y las consecuencias pueden ser positivas o negativas.
Las consecuencias positivas producen a largo plazo un aumento de dicha conducta; mayor probabilidad de que el niño la repita. Las consecuencias negativas tienden a disminuir o desaparecer a largo plazo dicha conducta.

Premios y castigos


Muchos educadores y padres piensan que dar premios a un niño por hacer lo que es su deber y que es una forma de malcriarlo. Todo lo contrario, hay que enseñar y motivar al niño en sus buenas conductas: su esfuerzo debe ser reconocido. No obstante, hay que tener claro que el premio debe ser real y equitativo, en función de la acción del pequeño. Siempre habrá que acompañar este premio material con un beso o una frase positiva para que el niño, desde pequeño, coja confianza en sí mismo.
De la misma manera, cuando el pequeño se porte mal, deberemosreprenderle y acudiremos a los castigos cuando hablemos deconductas negativas y poco frecuentes como el pegar, las agresiones verbales…
SANDRA NEUMANN

miércoles, 21 de enero de 2015

Tareas que debes exigir a tu hijo según su edad

¿Cuántas veces has pensado si tu hijo es demasiado pequeño o mayor cuando le mandas hacer algo?

Estas son las tareas que debes exigir a tu hijo según su edad

Un niño de Primaria debe ser capaz de preparar su mochila del colegio

No existe una regla mágica que confirme que determinados años se tienen que realizar ciertas tareas. Depende de muchas variables: maduración del niño, conocimientos, educación de los padres, entorno en el que vive, si es hijo único, el menor de varios hermanos...
El problema, según muchos expertos es que los padres apenas exigen tareas a sus hijos ni a edades tempranas, ni en la adolescencia. Las razones suelen ser las mismas. «Algunas familias consideran que sus hijos son demasiado pequeños para desarrollar tal o cual labor (que podrían hacer perfectamente como, por ejemplo, vestirse para ir al cole con 5 años) —asegura a ABC Sira Martín, psicopedagoga de Imaginarium—. Al hablar con padres de adolescentes y plantear qué responsabilidades tienen los hijos en casa, la respuesta suele ser cero o, como mucho, tirar la basura o pasear al perro. Es decir; nada de autonomía personal respecto a su ropa, cuarto, etc., y nada respecto a la contribución familiar como ayudar a hacer la compra, lavar el coche, preparar la cena, etc.».
Esta experta apunta que para lograr que un niño sea responsable hay que proporcionarle autonomía personal. Esto es, favorecer quehaga por él mismo lo que es capaz de hacer en cada momento. Cuando son pequeñitos evidentemente son tareas muy sencillas y no hay que exigir que las hagan perfectas. «Por ejemplo, si con 1-2 años empiezan a comer solos con la cuchara es normal que derramen comida. Y conforme van creciendo, sus responsabilidades también han de ir aumentando. Un niño de Primaria debería prepararse su mochila del cole cada día, aunque supervisen los padres».

Desconocen sus habilidades

Sin embargo, es muy habitual que los padres hagan por los niños lo que podrían hacer ellos solos para, de este modo, hacerlo más rápido, no perder tiempo y hacerlo mejor. «La cuestión es que en muchas ocasiones ni siquiera se plantean que el hijo es capaz de hacer por él mismo una determinada tarea. Considero —prosigue Sira Martín— que a los hijos no se les ofrece ese espacio, tiempo y confianza para que realicen aquello de lo que son capaces. Por este motivo, los niños y adolescentes desconocen su nivel de autoeficacia en múltiples tareas, destrezas y habilidades porque no han tenido oportunidad de probarse así mismos».
Según su etapa de desarrollo, a los niños se les pueden exigir las siguientes responsabilidades:
Entre dos y tres años
Las tareas que realice siempre deben estar bajo el control del adulto. Los pequeños aún no comprenden lo que hacen bien o mal y actúan de acuerdo a mandatos y prohibiciones porque no poseen autocontrol. Colaboran con el adulto en ordenar y guardar sus juguetes, zapatillas, pijama, regar flores y en algunas tareas concretas como poner y/o recoger las servilletas, etc.
Entre tres y cuatro años
A estas edades el niños observa la conducta del adulto, la imita y actúa en función del premio o castigo que pueda recibir. Ya va siendo capaz de controlarse y puede tener orden en sus cosas. Colabora en guardar juguetes y los debe recoger. Puede poner algunas cosas fáciles en la mesa como el plato y los cubiertos, etc. Se desnuda solo y se viste con ayuda. Aprende a compartir las cosas y a esperar su turno. Muestra interés creciente por jugar con otros niños.
Entre cuatro y cinco años
Sigue observando e imitando al adulto. Necesita que le guíen pero tiene deseos de agradar y servir y, por eso, suele tener iniciativas responsables como vestirse, recoger sus juguetes, controlarse en un espectáculo, etc. Ya se le puede asignar alguna responsabilidad: poner la mesa, control de algún animal, hacer algún recado dentro del entorno familiar. Puede cuidar a hermanos más pequeños durante breves tiempos y con la presencia cercana del adulto. Debe dejar ordenados los objetos que usa.
Es bastante autónomo en la comida y en su cuidado personal calzarse, lavarse e ir al baño. Acepta los turnos en el juego, aunque no siempre los respeta. Suele asociarse a dos o tres niños para jugar y entabla las primeras amistades.
Entre cinco y seis años
Ya ha aprendido bastantes conductas y aunque necesita que la persona adulta le señale lo que debe o no debe hacer, conviene presentarle posibilidades para elegir entre dos opciones. Puede ser responsable de tareas domésticas sencillas: limpiar el polvo, recoger la mesa, preparar su ropa para vestirse, buscar lo que necesita para una actividad concreta. No hay que olvidar que el niño sigue imitando y que es exigente en la aplicación de la norma para todos.
Le agrada ayudar y cumplir encargos y recados sin que, para ello, debacruzar la calle o lugar peligroso. Juega en grupos de tres o más y sigue reglas sencillas. Intenta ser autónomo y puede rebelarse frente a las presiones de los adultos en asuntos como disciplina autoridad y normas sociales. A partir de los cinco años comienza a despertar la intencionalidad, asimila algunas normas y se comporta desacuerdo con ellas.
En el periodo de seis a siete años
Con control y ayuda para evitar descuidos involuntarios, puede y debe prepararse los materiales para realizar una actividad. Comienza a ser capaz de controlarse en desplazamientos muy conocidos y próximostales como el colegio, casa de amigos que vivan en el mismo bloque de viviendas, casa de algunos familiares, etc.
Puede controlar algún dinero semanal y aprender a administrarlo, sabiendo que, si lo gasta, deberá esperar a la semana siguiente para recibir una nueva paga. Todavía se guía por las normas y hábitos del adulto; se identifica el bien con lo mandado y el mal con la prohibición o el enfado.
Cumple las órdenes al pie de la letra; generalmente hasta los ocho años.
Puede controlar sus gastos con más facilidad. Tiende a formar grupos de relación con compañeros del mismo sexo. Aprende costumbres sociales relacionadas con el saludo, la despedida, el agradecimiento, etc. Actúa de forma responsable si se le ofrecen oportunidades para ello. Tiene el deseo de ser bueno y, si no lo es, culpa a los demás o a las circunstancias porque no soporta que le consideren malo.
Va adquiriendo la noción de justicia y comprende las normas morales mediante ejemplos concretos.
A los ocho años
Comienza la autonomía personal y puede controlar sus impulsos, en función de sus intenciones. Es capaz de organizarse en la distribución del tiempo, del dinero y de los juegos. Todavía precisa alguna supervisión. Pueden dársele responsabilidades diarias: preparar el desayuno, bañarse, etc.
Empieza a independizar la voluntad del adulto respecto a la norma y es consecuente en su conducta. Sabe cuándo y cómo debe obrar en situaciones habituales de su vida. La actuación de las personas adultas es decisiva dado que si persiste una presión autoritaria el niño se hace dependiente, sumiso y falto de iniciativa. Si, por el contrario, se obra de forma permisiva, el niño se convertirá en una persona caprichosa e irresponsable. Así pues, se hace imprescindible una actitud que favorezca la iniciativa y mantiene la exigencia.
Le atrae el juego colectivo y coopera en grupo. Es capaz de prever las consecuencias de sus actos.
Entre los nueve y los once años
Ya es bastante autónomo en sus intenciones y, por lo tanto, en su responsabilidad. Suele tener una organización propia para sus materiales, ropas, ahorros... Puede encargarse de alguna tarea doméstica y debe realizarla con responsabilidad y cierta perfección. Le gusta que se le recompense por la tarea que se le encomienda.
Aunque aparezcan rasgos de dependencia, le gusta tomar decisiones y oponerse al adulto con cierta rigidez. Es capaz de elegir con criterios personales. Se hace estricto, exigente y riguroso.
Se identifica con su grupo de amigos en el que cada uno tiene una función asignada y se acata lo que dicta el jefe de la pandilla.
Reconoce lo que hace mal, pero siempre busca excusas, aunque para los demás suele ser muy estricto. Le gusta que le dejen decidir por sí mismo y tiene necesidad de afianzar su yo frente a los demás, de ahí su resistencia a obedecer y su afán de mandar a otros niños menores. Conoce sus posibilidades, decide y reflexiona antes de obrar, aprende de las consecuencias y se siente atraído por los valores morales de justicia, igualdad, sinceridad, bondad, etc.
Entre once y doce años
La influencia de los amigos comienza a ser decisiva y su conducta estará influenciada en gran parte por el comportamiento que observa en sus amigos y amigas o compañeros de clase. Los hermanos y hermanas mayores tienen más influencia sobre ellos que los padres. Aparece una etapa en la que la crítica suele ser muy frecuente y dirigida hacia sus padres y profesores; no le gusta que le traten de un modo autoritario, como a un niño; reclama autonomía en todas sus decisiones.
Necesita tener amigos y depositar en ellos su intimidad; es leal al grupo y su moral es la de sus iguales, a los que imita en la forma de vestir, en los juegos, las aficiones, etc. Quiere ser como los mayores. Tiene sentido de responsabilidad y trata de cumplir sus obligaciones y se hace más flexible en sus juicios. Su comportamiento es mejor fuera del entorno familiar. Tiene capacidad para valorar lo bueno o malo de sus acciones, puede pensar en las consecuencias, conoce con bastante objetividad sus intenciones y desea obrar por su propia iniciativa, aunque se equivoque.

L.PERAITA

Cómo hacer que tu hijo sea más autónomo


autonomo


A los 7 años, nuestro hijo nos demuestra que quiere independencia, pero quizás todavía no haya desarrollado las habilidades necesarias para lograr su autonomía. Con un poco de ayuda y un voto de confianza, nuestro pequeño lo logrará de manera gradual.

Fomentar la confianza en sí mismos

Para que nuestro hijo desarrolle su autonomía debemos ayudarle a confiar en sí mismo, que pueda resolver situaciones de la vida cotidiana sin depender de los adultos. Para que esto suceda, nuestro hijo deberá adquirir algunas habilidades, hábitos y valores básicos que le servirán en todos los contextos, tanto dentro de la casa como en la calle o en la escuela. Pero nada es mágico en cuanto a aprendizaje. Este es un proceso que llevará tiempo, aunque dará buenos resultados en un futuro próximo.
Dejarle que comience a elegir su ropa, que se bañe y se vista solo, son pequeños pasos hacia la autoconfianza, logrando que se aleje un poco de nuestro regazo y comience a tomar decisiones y responsabilidades. Lo mismo ocurre con las tareas del hogar. Le podemos asignar tareas específicas, de las cuales, él será responsable, como, por ejemplo: preparar la mesa para la hora de comer, hacer su cama o darle un barrido al suelo.

Actitud responsable y ética

Es importante que aprenda a ser responsable con sus cosas del colegio, que no pierda sus lápices o demás objetos, que sea prolijo, goce del orden de sus libros y le importen sus calificaciones. Así mismo, comportarse de manera ética con sus compañeros, ser responsable de las tareas que le asignen en la escuela, adquirir el hábito de echarle un vistazo a sus cuadernos para asegurarse de que tiene todo completo y no tengamos que hacerlo nosotros, los padres.
También es importante que vaya adquiriendo nociones de peligros que puedan provocarle daño en casa o en la calle. Es importante enseñarle a utilizar el cuchillo de manera correcta a la hora de comer (además de cuidarle, le daremos autonomía) e instruirle acerca del uso del fuego de la cocina y la calefacción. Fuera de casa, lo más importante es que aprenda a cruzar las calles y a no hablar con extraños.
Con respecto al “afuera”, será necesario para desarrollar su civismo que logre habilidades que le permitan relacionarse con los demás. Saludar y despedirse de manera respetuosa, ser agradecido, pedir las cosas por favor, esperar su turno al hablar, hará que nuestro hijo pueda entablar una conversación en cualquier contexto social y, a la vez, desarrollará su autonomía.

martes, 20 de enero de 2015

Las 10 claves para usar bien el castigo



 POR 



Cada vez son más, los padres que me dicen que el castigo no les sirve, que por más quecastigan constantemente a su hijo, no les obedece. De hecho, cuantos más castigos tiene, peor se porta. Hay niños que incluso tienen castigos acumulados y saben que cuando se acabe uno, aún le queda otro por cumplir.
psicología en El castigo
Las 10 claves para usar bien el castigo
Pero yo os voy a decir un secreto: el castigo genera ira, rabia y agresividad en los niños. Cuando tu sientes esto, es difícil que sientas deseos de portarte bien. Por todos es sabido, que la autoridad a la fuerza nunca ha funcionado. La propia historia del hombre nos lo ha dicho, ni dictaduras ni genocidios han conseguido someter al ser humano, ante la agresión lo que sentimos es rebeldía. La obediencia a la fuerza tiene los días contados. Pues esto es lo que pasa con nuestros hijos, si tienen más castigos de los que pueden cumplir, si se pasan la mitad de los días oyendo gritos y amenazas, las ganas de portarse bien y obedecer desaparecen.
Con esto no quiero decir que dejemos hacer a los niños lo que quieran sin imponer ningún castigo. A los niños hay que ponerles límites porque esa es nuestra función como padres, enseñarles las normas y hacer que las cumplan. Pero para conseguirlo no podemos usar constantemente el castigo, podemos usar una manera más positiva, podemos usar el refuerzo positivo.
Cuando hacen bien las cosas, debemos decírselo, cuando alcanzan algún logro debemos alegrarnos y compartirlo con toda la familia. Si queremos enseñarles como comportarsedebemos hacer de modelos. Si se portan bien deben saber que estamos orgullosos de ellos. Hay niños que sólo reciben atención de sus padres cuando se portan mal y ahí está el fallo. No podemos dirigirnos a nuestros hijos únicamente para reñirlos o castigarlos, debemos dirigirnos a nuestros hijos para cosas más positivas, para elogiarlos, para animarlos a ser más autónomos, para motivarlos y que quieran hacerlo cada vez mejor. Si tu hijo no quiere hacer deberes, en vez de castigarlo si no los hace, prueba a sentarte a su lado para ver como escribe, para decirle lo mucho que ha avanzado, lo bonita que tiene la letra. Seguro que conseguiréis que los haga sin necesidad de gritos y castigos. Cuando les reforzamos por algo que hacen bien, les estamos diciendo: “esta es la conducta correcta”, cuando les castigamos por algo que hacen mal, les decimos: “esto está mal, esta no es la conducta correcta”, pero no les decimos cual debería ser esa conducta, no les enseñamos como tienen que hacerlo.

Son dos las grandes diferencias entre refuerzo positivo y castigo:

  1. El refuerzo positivo te enseña que conducta es la correcta. El castigo no te lo enseña
  2. El refuerzo positivo te hace sentirte bien, te motiva, te hace querer hacer bien las cosas.El castigo te hace sentir ira y resentimiento y te aleja de la conducta en sí, focaliza la atención en el castigo y deja de prestar atención a la conducta castigada. Un niño puede estar castigado por algo que ni recuerda lo que es. Ante esto la pregunta que os hago es ¿De qué sirve un castigo de una conducta que ni siquiera recuerda???
Si queremos usar el castigo para poner límites a nuestros hijos, debemos saber usarlos correctamente:

Las 10 claves:

  1. El castigo debe ser adecuado a la edad de nuestro hijo. Antes de los dos años, no es conveniente usar ningún castigo. A partir de los dos años, podemos usar dos tipos decastigo: la retirada de algo positivo para el niño (quitar un juguete) o el tiempo fuera (la sillita de pensar). A partir de esa edad ya podemos usar el resto. (En el próximo artículo describiré los tipos de castigos)
  2. El castigo debe ser contingente, es decir inmediato, debe darse justo después de la conducta.
  3. El castigo debe ser explicado claramente. En niños pequeños (hasta 3-4 años) hay que explicarlo en no más de 10 segunos, no más de 10 palabras.
  4. El castigo debe ser educativo. Debe enseñar algo, dejarle sin ver la tele es un castigo muy usado, pero realmente no enseña nada. Un castigo educativo sería algo que está relacionado con la conducta a castigar, como por ejemplo si tira algo al suelo, que lo recoja, si rompe algo que lo arregle, si ha gritado que hable en voz baja durante una hora, si ha desobedecido que durante una hora haga todo lo que diga la persona a la que ha desobedecido, etc… No siempre son posibles, pero siempre que podamos deberemos usarlos.
  5. Debe ser proporcional a la conducta realizada. Si nuestro hijo ha desobedecido una orden, no le podemos castigar un mes sin ir al parque, sería exagerado. Una conducta pequeña debe tener un castigo pequeño, una falta grave debe tener un castigo grande.
  6. Siempre debemos cumplir el castigo y por lo tanto debemos poner castigos que sean fáciles de cumplir. Yo siempre pongo el mismo ejemplo: nos fuimos de fin de semana, acabábamos de llegar y mi hijo mayor se portó mal, mi marido dijo: “si lo vuelves a hacer nos vamos a casa” y yo, que estaba deshaciendo las maletas, me quedé parada, pensé: como lo vuelva a hacer nos fastidia el fin de semana a todos. Menos mal que no lo hizo!!!.
  7. El castigo debe ser natural. Un castigo material nos aleja de las consecuencias reales de una conducta. Es mejor usar castigos que tengan que ver con no hacer cosas que les gustan, más que castigos que tengan que ver con no comprarles algo. Y si además podemos hacer castigos que se parezcan a las consecuencias naturales de la conducta, mucho mejor. Por ejemplo: si no te vistes no podemos ir al parque porque no puedes salir a la calle sin vestirte. Si no te comes el primero y el segundo, no podrás elegir el postre.
  8. No poner nunca un castigo enfadados. Cuando ponemos los castigos, normalmente estamos enfadados, frustrados y defraudados por lo que ha hecho nuestro hijo. Con esas emociones, es muy fácil que el castigo que elijamos sea desproporcionado y poco educativo. Por lo tanto, deberíamos contar hasta 10 antes de poner el castigo.
  9. Siempre debemos avisar antes de poner un castigo. Debemos darle la oportunidad a nuestros hijos de portarse bien. Cuando avisamos, damos opción, enseñamos como debe hacerlo para evitar el castigo. No es suficiente avisar una vez, deberíamos avisar tres veces antes de castigar. Pero nuestro hijo debe tener muy claro que a la tercera le caerá elcastigo. No se trata de usarlo como una amenaza, se trata de dar la oportunidad de hacerlo bien.
  10. Los castigos deben ser cortos. La duración del castigo no debe ser tan larga como para que se les acumulen los castigos. En niños pequeños no más de dos días. En mayores, máximo siete días y estos castigos tan largos deberían estar reservados para conductas realmente graves.
 El mejor castigo es el castigo que se ha evitado. Un uso abusivo del castigo va a producir el efecto contrario al esperado. Por eso, debemos pensar muy bien antes de usarlo, debemos pensar si la conducta realizada es realmente importante como para merecer un castigo y debemos pensar en el mejor castigo posible. El problema del castigo es cuando lo usamos enfadados, llenos de rabia y buscamos dañar de alguna manera al niño, “así aprende”, pero así no aprende, así se llena de ira y se desmotiva. Usa el castigo con cabeza, da la oportunidad a tu hijo de rectificar antes de recibirlo y hasta negocia con él el tipo de castigo, pregúntale cual cree que sería el más adecuado, dale opción incluso de reducirlo pero nunca dejes de cumplirlo.

5 razones para dejar de gritar a tus hijos y 10 claves para conseguirlo



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La mayoría de los padres piensan que deberían dejar de gritar a sus hijos pero luego, sin darse ni cuenta, se sorprenden a sí mismos recurriendo una y otra vez al grito. Parece que nuestros hijos no obedecen hasta que, hartos de repetir la misma orden, se la gritamos. Es verdad que el grito llama su atención en un primer momento, pero a la larga dejará de tener efecto y entonces ¿qué haremos? ¿Gritar más fuerte, gritar más rato, vivir a gritos?

¿Es posible educar sin gritar?

Evidentemente sí. De hecho debería ser nuestra elección. Nuestros hijos han aprendido a no obedecer hasta que nos ven realmente enfadados y este es un mal hábito que han adquirido. Por lo tanto, es un hábito que debemos hacer desaparecer y generar uno más saludable. Gritar entrena a nuestros hijos a no escuchar hasta que se les levanta la voz. Cuanto más lo usamos, más los entrenamos y más nos costará que obedezcan sin necesidad de gritar.
Dejar de gritar no es fácil porque supone tener un gran autocontrol sobre nuestras emociones sobre todo de la ira y la rabia que nos genera ver la desobediencia diaria en nuestros hijos. Es un entrenamiento que lleva tiempo. Primero sabremos frenarnos al minuto de estarchillando, pero poco a poco, seremos capaces de frenar antes de empezar a gritar, es cuestión de proponérselo, es cuestión de añadirlo a la lista de objetivos del 2015.
Y para que vosotros hagáis como yo y pongáis este deseo en vuestra lista, os voy a dar 5 razones para dejar de gritar a vuestros hijos que os convencerán:
  1. Gritar convierte a los niños en sordos

Cualquier explicación o aprendizaje que queramos darles con el grito será inútil, porque los oídos de nuestros hijos se cierran automáticamente después de oírlo. Después de una interacción negativa nadie está dispuesto a escuchar con verdadera atención y con ganas de aprender y mejorar, eso solo se consigue con interacciones positivas. Si queremos hacer mejores a nuestros hijos, no lo conseguiremos a gritos.
  1. Gritar no ayuda a gestionar las emociones

Nosotros somos un ejemplo de comportamiento de nuestros hijos. Cuando perdemos el control y gritamos, lo que les enseñamos es a gestionar la ira y la rabia con agresividad.Conseguiremos unos adolescentes llenos de rabia que gritan y pierden el control delante de la explosión de emociones que se tiene en esa etapa evolutiva. Si nosotros ayudamos a nuestros hijos a gestionarlo de otra manera, con autocontrol, con calma, hablando abiertamente de las emociones en casa, ellos aprenderán a dar respuestas más adecuadas a la ira y a la rabia. Si oyes gritos aprendes a gritar.
  1. Gritar asusta a nuestros hijos

Ellos sienten miedo al principio y después rabia e impotencia. ¿Es miedo lo que queremos que sientan nuestros hijos? Seguro que no, nuestra intención cuando gritamos es que obedezcan, que aprendan, que hagan lo correcto, que nos respeten, etc… pero no queremos provocarles miedo. Por lo tanto, con nuestra actitud no conseguimos el efecto que queremos: el respeto se gana respetando, la obediencia se gana con paciencia, los aprendizajes requieren un tiempo y un esfuerzo y que hagan lo correcto dependerá en gran medida de nuestro propio comportamiento.
  1. Gritar los aleja

Cada vez que les gritamos, ponemos una piedra de un muro que nos separa. Perdemos autoridad positiva, perdemos respeto, perdemos comunicación, ganamos distancia, ganamos frialdad en las relaciones, ganamos más gritos y ganamos malestar emocional.
  1. A más gritos, menos autoestima

Educar a gritos tiene un efecto nefasto sobre la autoestima de nuestros hijos. Lejos de sentir que estamos orgullosos de sus logros y sus esfuerzos, lo que sienten es que nunca están a la altura, hagan lo que hagan, siempre aparecen los gritos y borran cualquier sentimiento de haber hecho algo bien.
Pero ¿Cómo conseguimos dejar de gritar?
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  1. Adquirir un compromiso

Será como un pacto de familia donde nos comprometemos a dejar de gritar y a hablar con respeto. Diremos a nuestros hijos que estamos aprendiendo a hacerlo y que nos tendrán que ayudar, que es probable que cometamos errores pero que si tienen paciencia cada vez lo haremos mejor.
  1. Nuestro trabajo como padres es controlar nuestras emociones

Con el manejo de nuestras emociones les enseñamos a controlar las suyas. Si somos un buen ejemplo, ellos serán mejores. Por lo tanto, debemos empezar a trabajar con nuestras emociones, lo que sentimos, lo que transmitimos y como lo controlamos. Es un entrenamiento querequiere tiempo y esfuerzo.
  1. Recordar que los niños deben actuar como niños

Son cientos las veces que he oído decir a los padres en consulta:
  • Es que tengo que repetirle mil veces que se vista. Cada mañana es la misma historia. Está claro que le gusta verme enfadado/a
  • ¿Cuántos años tiene su hijo/a?
  • Cinco años. Yo creo que ya sabe lo que debe hacer pero solo piensa en jugar.
Ante esto, yo siempre digo lo mismo: lo que realmente me preocuparía es que usted se sentara en esa silla y me dijera que su hijo/a de cinco años se viste solo/a cada mañana sin necesidad de que usted le recuerde lo que debe hacer. Porque entonces seguro que habría algún problema. Los niños deben jugar, es lo que les toca a esa edad y nosotros somos los encargados de recordarles cada día sus obligaciones. Es nuestro trabajo de padres. Si nuestro jefe nos dijera que cada día tenemos que recordar al conserje que debe encender la luz, lo haríamos a diario, sin pensar si el conserje lo debería hacer por si solo o no. Pues con nuestros hijos es lo mismo, cada día debemos recordarles las mismas cosas hasta que adquieran el hábito y entonces tendremos que recordarles las siguientes. Es un trabajo que nunca acaba.
Dejar de gritar a los niños
  1. Dejar de reunir leña

Cuando tienes un mal día, cualquier chispa encenderá el fuego. Date un momento, haz algo que te haga sentir mejor y deja de reunir leña para el fuego. En algún momento tienes que parar.
  1. Ofrecer empatía cuando tu hijo expresa cualquier emoción

Cualquier emoción, buena o mala, debe ser escuchada.Para mostrar empatía debemos hacer entender a nuestro hijo que entendemos cómo se siente. Así aprenderán a aceptar sus propios sentimientos que es el primer paso para aprender a manejarlos. Una vez que los niños pueden manejar sus emociones, podrán manejar también su comportamiento.
  1. Trata con respeto a tu hijo

Cuando los niños son tratados con respeto sienten más ganas de portarse bien y de tratar con respeto a los demás. Simplemente debes entender que tu hijo merece tu respeto más que cualquier otra persona.

  1. Cuando te enojas, STOP

Para, cierra la boca. No hagas nada ni tomes decisiones. Respira hondo. Si ya estás gritandopara en medio de la frase. No sigas hasta que no estés tranquilo. Hablar, castigar o actuar cuando uno está enojado aumenta notablemente la probabilidad de tomar malas decisiones, de gritar en vez de hablar, de usar castigos exagerados y poco educativos y actuar de manera desproporcionada.  Le invitamos a leer nuestro post las 10 claves para usar bien el castigo.
  1. Respira y date cuenta de tus sentimientos

Cuando te enfades con tu hijo/a y sientas ira y rabia, aléjate de la situación si es posible y respira. Lávate la cara y piensa en lo que hay debajo de esa ira que suele ser miedo, tristeza y decepción. Date un espacio para sentirlo y llora si así lo sientes, después verás como la ira desaparece.
  1. Encuentra tu propia sabiduría

Analiza la situación de manera objetiva. Ahora que ya no sientes ira, será más fácil. Piensa en qué quieres conseguir y cuál es la mejor manera de hacerlo. Quieres que tu hijo te obedezca, ten paciencia y repite la norma las veces que haga falta, incluso ayúdale físicamente a hacerlo, cógele de la mano y guía sus pasos. Quieres que tu hijo te respete, enséñales con el ejemplo. Quieres educar bien a tu hijo, hazlo desde el reconocimiento y desde el afecto no desde los gritos y los castigos. Fija tus objetivos y fija también tus pasos. Los aprendizajes requieren tiempo y paciencia, tu hijo no lo puedo aprender todo a la primera, más bien es al contrario, no aprenderá nada a la primera.
  1. Adopta medidas positivas, busca un lugar tranquilo

Todos hemos vivido esos momentos de tensión en casa, momentos que generan un gran malestar emocional y que cada movimiento no hace más que aumentar la tensión. Unos gritan, otros lloran, nadie hace lo que debe hacer y parece que nada puede parar esa ira. ¿Qué podemos hacer?
  • Pide a tu hijo un time-out: tiempo fuera. Uno en cada sitio hasta que se desvanezca la ira.
  • Pídele disculpas.
  • Ayuda a tu hijo a gestionar la rabia que siente, que se sienta comprendido, explícale que tú también te sientes así a veces.
  • Busca un lugar tranquilo donde esconderos, debajo de una gran sábana para dejar pasar de largo la ira y la rabia.
  • Lee un cuento tras otro, hasta que se desvanezca la rabia.
A veces, basta con dar un paso para ayudar a nuestro hijo a que se sienta mejor para que la ira desaparezca.
 Ayudando a nuestros hijos a gestionar bien sus emociones, aprenderemos mucho de las nuestras y seguro que esto nos hará a todos mucho mejores.